viernes, 23 de diciembre de 2011

It’s a Wonderful Xmas


Rojo, blanco y verde, por todos lados. Un pino grande como la concha de la madre, y sobrecargado de adornos. Gente dando vueltas, charlando, riéndose, comiendo canapés, bebiendo champaña. “Gingle Bell Rock” sonando por los parlantes...
En el salón del cuarto piso del hotel más importante de la ciudad también se preparaban para festejar la Navidad. Una Navidad que yo había planeado de otra manera.
—Nada mal —dijo Nic, y agarró una copa que le ofreció una camarera—. Admitilo.
Era 24 por la noche, y Nic había sugerido esta fiesta VIP para pasar el 25. A falta de opciones mejores, acompañé al resto del grupo: Alan, Barbie y Lola.
Pesqué una copa y dije:
—Tiene lo suyo, aunque una fiesta llamada It’s a Wonderful Xmas debería tener un mínimo de gracia. El “Xmas” ya está hiperquemado.
—Mirá, Lucky —dijo Lola, señalando las enormes pantallas ubicadas estratégicamente—. Están pasando Gremlins. Vos también querías proyectarla.
—Cierto —bebí un sorbo—. Mi idea era poner pelis navideñas con onda, como esa y Bad Santa y demás.
Entonado por el Malbec que nos tomamos antes de entrar, Alan me puso una mano en el hombro y dijo:
—Todavía no entiendo por qué de golpe suspendiste tu prometedora fiesta navideña. ¿Qué pasó?
—Es verdad —dijo Barbie—. Esa iba a ser la fiesta navideña.
¿Qué pasó? La semana pasada llevé a una pareja a mi casa, para “divertirnos” un toque, pero la mina agarró el hacha y despedazó los muebles y las paredes y se quiso escapar, pero la corrí y la agarré y la calmé con un rápido corte en la yugular que salpicó todo el blanco del living, como un último insulto a mi exquisito gusto para la decoración de interiores. ¡Nunca aprendo lo riesgoso de querer pasarla bien con dos personas al mismo tiempo!
—Ya les conté —dije, y bebí otro sorbo—: se me jodió el equipo de audio. Si la casa no puede sonar como una disco, entonces mejor abortar el plan —empecé a abrirme paso entre la multitud.
—Qué cagada que fue tarde para reservar en un lugar.
—Movámonos un poco, amargos.
Fuimos hasta la mitad del salón. A los costados, sillones ocupados mayormente por modelos y por algún loser que quebró antes de medianoche. Casi en la otra punta, un escenario con instrumentos en el fondo.
—¿Quién tocará? —dijo Nic—. Escuché que habían contratado a alguien groso.
La respuesta, cerca del gigantesco pino: Michael Bublé, quien me vio y vino a saludarme con un abrazo. Nos conocíamos de una fiesta VIP en Manhattan. Es más copado de lo que parece. Y siempre de traje. Me pregunté si dormiría en saco, camisa y corbata.
—¿Cómo andás, Mike? —le dije.
—Todo bien. La otra vez acordaba de vos, en una fiesta de Patrick Bateman.
—¿Seguís viendo a ese? ¡Es un aburrido!
Nos reímos.
Dijo que tocaría a las doce en punto.
—¡Bien! Aunque hubiera preferido que trajeran a Morrissey. O a José Feliciano, que al menos tiene un tema navideño.
Nos reímos a carcajadas.
—Sí, sí —dijo Mike—. Y yo hubiera preferido que viniera Bing Crosby, pero es más complicado todavía.
Nos cagamos de risa. En tanto, Lola y Barbie se dedicaban a fotografiarnos para subir todo a sus respectivas redes.
Mike, las chicas, los chongos, “New Sensation” de INXS empezando a sonar... Ya no estaba de tan mal humor.
Debía ser el famoso milagro de Navidad.
Hasta que...
—¡LUCKY!
Reprimí putear en voz alta.
Dos segundos después, mojito en mano, Mr. Divine estaba con nosotros, saludando uno por uno y con besos en cada mejilla.
Maxi (ese era su apodo anterior) era 95 kilos de mala onda, pero disfrazados de buena onda. Un puto Grinch... y un Grinch puto.
—Un placer tenerlos acá —dijo, superamanerado como en los grandes eventos, y como si no sintiera vergüenza de vestir esa horrible camisa con motivos navideños.
—¡Nice t-shirt!—le dijo Lola, que también andaba puesta de tanto Malbec, y le sacó una foto para su nuevo tweet.
Mr. Divine le guiñó el ojo y dijo:
—¡Thanks! —nos miró al resto—. ¡Nos vemos! Ah, Lucky: la fiesta temática Hospital fue hace dos semanas.
Lo decía porque estaba vestido con ropa de seda blanca que ese manatí no podría usar en su fucking vida.
Pero todos se rieron del chiste.
Mr. Divine me guiñó el ojo y se fue a seguir saludando.
—No le des bola —me dijo Alan.
—¿Tanto se nota que me cae mal? —dije—. Gordo de mierda...
Mike quiso saber qué pasaba.
—¿Ves American Horror Story? Este es como Jessica Lange, pero peor.
—Cuando llegué —dijo Mike—, lo vi besarse con el dueño del hotel.
Terminé mi copa, la dejé en la bandeja de una camarera que pasaba y dije:
—Así que dueño sabe cómo organizar eventos, pero no sabe elegir a quién garcharse.

I know, lo lógico hubiera sido irme de ahí, y a la concha de la lora con el merry christmas. Pero no iba a permitir que un malcogido me impidiera gozar.
Los canapés, mejor de lo esperado. Los tragos que servían en la barra, decentes (Mérito de Alan y Nic por comerse toda la cola para comprarlos cuando nos hartamos de la champaña). La gente se ponía a bailar. En las pantallas, escenas de Scrooged, de Die Hard, de Home Alone, de Nightmare Before Christmas...
Entre las camareras, me fijé en una tetona onda Salma Hayek, simpática y sonriente de oreja a oreja como si ocultara algo.
Voy a descubrir todos tus secretos y más, pensé, y fui tras ella, pero en el camino empezó “Waiting for a Train”, de Flash & The Pan, y me convencí de que tenía que conocer al DJ. Era flaca y vestía remera con Santa Claus incrustado en un árbol de Navidad. La convencí de ir a algún lugar más privado. La reemplazó su ayudante —un genio sólo por su remera de The Smiths— y salimos a uno de los balcones semidesiertos (y eso que hacía calor). Apoyados en la balaustrada, ante un paisaje de millones de luces y ruidos de fondo, la inevitable charla sobre bandas australianas de los ’80 devino en sonrisas, caricias... y cuando estaba por meterle la lengua hasta la garganta, apareció Mr. Divine, patético gorrito navideño incluido.
—¡Helloooo! Un momento, Lucky —bebió un sorbo de su Martini—. ¿Y qué pasó con el morocho de la otra vez? ¿Vos no jugaba para mi equipo?
La DJ me miró, pero no parecía ofendida.
—Soy un jugador todoterreno —le dije al cortamambo, sonriente.
—Lo que vos digas —miró a la mina—. Los bi son legión. No sé vos, darling, pero yo no soporto las medias tintas.
La DJ esbozó una sonrisita forzada, pidió disculpas y se fue rápido.
—Qué embole, ¿no? —dijo el gordo mierdoso viéndola irse—. Te las estás buscando cada vez peor, eh —bebió más de su trago—. Decidite por los hombres, que es menos problemático.
Me moría por cagarlo a trompadas, como mínimo.
—Se fue porque no te soportaba.
—Tiene que soportarme: yo la contraté —terminó el Martini y dejó el vaso en una mesa que tenía cerca—. Bah, se la sugerí a Marc, como le sugerí todas las ideas para este evento.
Marc era el dueño del hotel y su supuesto nuevo novio o chongo o lo que fuera.
—¿Tanto te duele que te haya dicho “No” esa madrugada de verano? —le tiré, apretando los dientes.
—¡¿Qué?! ¿Te pensás que sos Don Draper, mi amor? Ah, no, cierto que todos te confunden con DiCaprio. ¡Horrible!
—Horrible como el Colbert Noir que te ponés siempre.
—Porque Armani Code es el colmo de la perfección perfumada, ¿verdad? Es lo más similar a bosta de rinoceronte. Bueh, pero de vos no me sorprende.
Me le acerqué dos pasos y le dije:
—¿Estás seguro de querer apurarme? Cada vez que tengo la mala suerte de cruzarte hay que preguntarte lo mismo.
Mr. Divine se me acercó dos pasos y, mirándome fijo a los ojos, dijo:
—La última vez que nos vimos, en esa fiesta del 6º piso, alguien me tiró por las escaleras. Eran escaleras de caracol y sentí que nunca más iba a aterrizar. Y yo no estaba tan en pedo como para caerme solo. Incluso recuerdo haber sentido una pierna haciéndome perder el equilibrio —se tocó la pierna izquierda—. Dos meses con yeso y un tiempo caminando como House. Se me ocurre que podés saber quién pudo haber tratado de matarme.
Sonreí y dije:
—Sí sé y recuerdo que antes de tu caída, estuviste tratando de acaparar la atención.
—No “traté”: la acaparé. La acaparé con mi encanto natural.
—Wathever...
—Cosa que vos no pudiste.
—Lo que vos digas.
—Todos lo decían.
—No veo a “todos” acá. Puedo hablar por mí, y recuerdo muy bien que quisiste ensuciar mi imagen. Te acercaste a minas, a chongos, y a todos les vendiste cualquiera sobre mí. Y cuando quedamos solos en la cocina, te confesaste: “Vos a cagarte la fucking vida”.
Mr. Divine sonrió y negó con la cabeza.
—Yo no ensucio imágenes, darling —dijo. Sólo comparto mi punto de vista sobre la gente y las cosas. Vos tenés un aura oscura.
—¿Aura oscura? ¿Ahora sos astrólogo o algo así?
—Un aura siniestra, diría. Peligrosa. Maquiavélica. Pero nadie más parece notarlo. ¿Quién sos realmente, Lucky? De hecho, nadie sabe tu verdadero nombre. Y sé que tu apellido no es Albarn, como figura en tu Facebook.
Me reí y le dije:
—Lo gracioso es que todo esto pasa porque sos un envidioso o porque quisiste chuparmela y te mandé a la mierda... o porque vos sos una mierda.
Me agarró fuerte del cuello y dijo:
—Puedo hacerte pija sin que nadie se dé cuenta y sin derramar una gota de sangre.
Tenía fuerza, el hijo de puta.
—Clases de defensa personal —dijo, como si fuera un telépata. ¿Desde cuándo enseñaban a agarrar cuellos en esas clases?—. Los empujones por escaleras pueden dejarte muy traumado.
Pasos y una sombra acercándose.
—¿Todo bien? —dijo Marc, siempre con esa cara de haberse tragado un limón, que contrastaba con la corbata repleta de diminutos pinos verdes sobre fondo rojo.
Mr. Divine me soltó y le dijo:
—Tenemos una Scrooge meets Grinch.
Marc me miró mal y dijo:
—Así que un mala onda queriendo cagar nuestra fiesta a una hora y media de las doce.
¿Mala onda, moi? Era obvio que ese imbécil no me conocía.
—Pero ya se iba Lucky —dijo Mr. Divine, y me miró—. Él siempre hace sus propias fiestas navideñas —fingió horrorizarse—. ¡Ah, cierto que este año tuviste que suspenderla! Menos mal que tu decorador no se quedó sin trabajo y lo pude sumar al staff de este hermoso evento.
—Nada mal la idea de las pelis navideñas con onda —agregó Marc—. Para eso sí tenés onda.
No estaba acostumbrado a ser humillado, y menos por intentos de seres humanos como esos dos.
Miraron hacia la salida, y Mr. Divine dijo:
—Apurate, que tenemos que finiquitar preparativos.

Y salí, nomás. Salí sin despedirme de mis amigos (bah, igual que muchas veces). Pero gracias a que uno de los guardaespaldas era un viejo touch and go, pude volver a entrar. El chongo me hizo prometerle que cogeríamos después de medianoche. Le dije que nadie lo penetraría mejor que yo.
Camuflado con una de esas ridículas gorras de Santa Claus —a esa altura de la noche, casi todo el mundo allí adentro las usaba—, me metí en la cocina y robé uno de los cuchillos más grandes. Había empezado a sonar “Last Christmas”, de Wham!  y pensé que debía casarme con la DJ después de encargarme de Mr. Fucking Divine.
Semioculto detrás de un grupo de mujeres que no paraban de mirarme de reojo ni de cuchichear entre sí, vi a Mr. Divine a varios metros, junto a Marc, riendo frente a una pareja de presumible origen escandinavo.
Sabía bien qué hacer.
Lo voy a sorprender solo y no me cansaré de apuñalarlo. No me cansaré de apuñalarlo en cada centímetro de ese cuerpo de elefante marino. Puñaladas en el estómago, en el pecho, en la cara, en el ojete. Y cuando termine con él, lo corto en pedazos y envuelvo los restos de regalitos que pondré debajo de ese pino mierdoso, así los invitados los abren y se encuentran con uno de los organizadores de la mejor navidad de sus vidas.
Mmm... Sonaba muy complicado el tema de los regalos.
Lo voy a sorprender solo y no me cansaré de apuñalarlo. No me cansaré de apuñalarlo en cada centímetro de ese cuerpo de elefante marino. Puñaladas en el estómago, en el pecho, en la cara, en el ojete. Y cuando termine...
Un momento: estaba olvidando mi ropa blanca. ¡No podía estropearla por culpa de ese gordo loser!
Lo voy a sorprender solo y no me cansaré de...
Los guardaespaldas. No debía olvidarme que esa vaca puta estaba bien protegida. Y ninguno de los gorilas vestidos de negro apostados estratégicamente habían sido mis trolas ni siquiera dos segundos.
¡Fuck!
Quería destriparlo como a un cerdo, pero debería conformarme con estrangularlo.
Me acerqué a la cabina de la DJ, miré varios cables tirados en un costado y me robé uno corto, pero suficiente como para rodear el cuello de Mr. Divine y hacerlo conocer al Divine de verdad.
Esquivando las miradas de los bodyguards, seguí de lejos al gordo sarnoso, que se dirigía al extenso balcón del otro lado del piso. Iba solo, ahora con copa de champaña en mano.
No te lo tomés todo, pensé, así brindás personalmente con Dios o quien sea.
Mike me interceptó en el camino para preguntarme si convendría arrancar el show con “Christmas (Baby Please Come Home)” o con “Santa Claus is Coming to Town”. Le dije que escuchara su corazón —qué respuesta chota, eh— y lo dejé para seguir tras Mr. Divine.
Lo vi salir al balcón e irse hacia un extremo donde, al parecer, no había nadie, ni siquiera sentados a las mesas.
Me acerqué sigiloso, ocultándome detrás de los arbustos, también decorados como arbolitos navideños.
Ahora más lejos del ventanal cercano y más próximo a la punta, escuché otras veces. Avancé hasta otro de los arbolitos y pude ver bien a los demás.
Mr. Divine estaba junto a Marc y la camarera tetona onda Salma Hayek, quien, aunque se cubría la cara, no podía frenar el llanto.
—Así son las cosas, nena —le dijo mi futura víctima—. O te la bancás o tirate por acá —miró el borde del balcón—. Total, con todo el ruido, recién mañana temprano van a encontrar tu cadáver.
Marc la miró mal y se fueron juntos con su amante. Pasaron tan cerca de mí, que debí agacharme para que no me vieran, ya que ese arbusto no era tan ancho como los otros.
Me quedé un rato esperando a que entraran, y no pude evitar oír cómo lloraba la mina. No, no me conmovió, pero casi. Cuando la vi, estaba sentada en la balaustrada.
¿Le haría caso a esa ballena?
Evidentemente, sí: ubicó las piernas del lado de afuera, lista para saltar.

Mi instinto me dijo: “Salvala”, y como mi instinto (no mi conciencia, ojo) nunca se equivocaba, salí de detrás del arbusto y fue por ella y la agarré de los brazos justo cuando estaba por dejarse caer. Me sentí como DiCaprio en Titanic, cuando impide que Kate Winslet se tire del barco. ¿Esta suicida también me mostraría las tetas, como Kate le mostraba las suyas a Leo?
—¿Y tu espíritu navideño? —se me ocurrió decirle. Y bueno, no estoy acostumbrado a salvar gente.
Al principio lloraba tanto que no se le entendía nada, pero de pronto dijo bien claro:
—¡Estoy harta! ¡Todo el mundo se aprovecha de mí, como si fuera una pelotuda! Y seguramente lo soy.
Controlé que no hubiera nadie a nuestro alrededor, me saqué el gorro, nos sentamos a una de las mesas y le pregunté por qué decía todo eso.
Se llamaba Magdalena (Magda para los amigos) y era ex de Marc. Ex, casi esposa. Por su relato con salidas a escondidas y garche en lugares extraños, encajaba más en la categoría de amante, pero ella se había enamorado posta. Y Marc le había prometido cosas que ella se creyó, pero le rompió el corazón cuando le dijo que prefería coger con Mr. Divine porque sabía de sexo y de música.
—Esto me lo contó en la cara, pero después de que yo los encontrara juntos, desnudos, en una suite del tercer piso. Ver al hombre que amo con otro tipo fue la gota que rebalsó el vaso. Y quise irme a la mierda, pero me quedé para hoy porque necesito la plata.
Y, de paso, me contó que era pobre y todos los hombres con los que estuvo la habían cagado, desde los 12 años. Y se colgó contándome dos historias que ahora olvidé.
—Se fijan en mis tetas —dijo al terminar—, pero no en mi corazón.
Shakespeare no lo hubiera expresado mejor, eh.
También admitió que ella vivía amando a las personas equivocadas y que no sabía cómo cambiar y que la única solución posible era morir... y reencarnar en una mariposa o en algún insecto.
—Los bichos nunca tienen problemas sentimentales ni económicos —agregó—. Pero, ahora que me doy cuenta, yo ya soy un bicho —y volvió a llorar.
Los bichos no tienen melonzotes como los tuyos, quise decirle, pero opté por:
—¡No te subestimes!
—No quiero hacerlo. Mis psicólogos me aconsejan lo mismo: “No tenés que subestimarte”, “Vos valés mucho”, blablabla. Pero ni vos ni ellos están en mi cabeza.
¡Menos mal que no estoy ahí!, pensé, y le dije, muy serio:
—Claro que sos hermosa, Magda. Eso es obvio. Pero también me doy cuenta de que sos mucho más que eso. Sos sensible, sos inteligente. Pero nadie más parece notarlo, o no lo valoran. Pero así funcionan los hombres ahora. Y la mayoría de las mujeres. Quieren para sí a las personas bellas, pero más como un adorno, como si esa fuera su única cualidad.
Y seguí con el discurso para hacerla sentir bien y todo eso. Se me iba ocurriendo sobre la marcha, como mis frases de levante. Costaba no mirarle esas dos deseables protuberancias.
—Lo que tenés que hacer, de una vez por todas, es hacerte valer. Y tenés que empezar ahora mismo.
—¿Pero cómo?
Le extendí el cuchillo, que por suerte aún tenía guardado.
—No sigas permitiendo que dos idiotas dinamiten tu autoestima. Ni hoy, en Nochebuena, ni nunca.
Magda miró la hoja. Dudaba.
—¿Vos serías buenita con dos individuos a los que no les importa un carajo tu vida? Acordate de lo que dijo el gordo: “O te la bancás o tirate por acá. Total, con todo el ruido, recién mañana temprano van a encontrar tu cadáver”.
Magda empuñó el cuchillo, lo miró bien, como si nunca en su vida hubiera agarrado uno.
—No temas desahogarte.
—Pero si los... —empezó a decir Magda, y se puso de pie—. ¿Me voy a sentir mejor si lo hago?
Me incorporé, le puse las manos en los hombros y le dije, con mi mejor sonrisa de Patch Adams:
—Vas a ser libre, por fin.
Una nueva frase chota, pero que sirvió.
Oímos la voz de Mr. Divine hablando por micrófono. Ya estaban por ser la doce, evidentemente.
Magda caminó hacia los ventanales. Se dio vuelta para mirarme y dijo:
—¿Sos un ángel?
Quise reírme, pero al final le dije, sonriente, las manos en los bolsillos:
—Maybe.

Cuando entré, la gente se había reunido frente al escenario, donde Mike Nublé y sus músicos se preparaban para hacer su trabajo.
También estaban Mr. Divine y Marc, la parejita feliz, que controlaban la hora con un reloj grande ubicado en el pino. Faltaba un minuto y pico para las doce.
Me reuní con Nic, Lola, Barbie y Alan, a la espera de lo que fuera a suceder.
Marc se puso a agradecer la presencia de todos y todo el clásico speach de la ocasión. Aplausos por parte de la multitud.
—Y una Nochebuena sin presencias desagradables —agregó Mr. Divine.
Justo en ese momento, se me aparecieron dos guardaespaldas que me agarraron de los brazos. Les pregunté qué pasaba, pero sólo se limitaron a querer arrastrarme hasta la salida.
—Ahora sí —dijo Marc—. La cuenta regresiva: 10, 9, 8...
Mis amigos quisieron saber qué pasaba, pero les dije que no sabía, y los monos siguieron llevándome.
—7, 6, 5, 4...
En medio del forcejeo con esos monos, vi que Magda se subía al escenario, pasaba junto a Mike y quedaba frente a Marc y Mr. Divine.
—¡Una chica ansiosa! —dijo el dueño del hotel.
Magda sacó el cuchillo y se lo clavó en el pecho.
A mi alrededor, todos duros y mudos, incluso los guardaespaldas. Aproveché para liberarme.
Marc soltó el micrófono, se tambaleó hacia el lado derecho y cayó boca arriba. Magda lo apuñaló otra vez, ahora en el cuello, y la sangre voló de tal manera que salpicó al petrificado Mr. Divine.
Subí al escenario, agarré el micrófono y dije, muy entusiasmado y contento:
—¡Feliz Navidad!
El público seguía callado.
—¡Show sorpresa!
Pero ni desmayos ni gritos. Debían estar todos tan puestos a esa altura de la noche que ya nada les importaba. Y me lo confirmó Alan:
—¿Como en Halloween?
—¡Claro! Una rutina de Halloween, pero en Navidad.
Todos hicieron un “Ahhh” y se rieron y aplaudieron.
A mi lado, Magda no paraba de apuñalar al ex amor de su vida. Se había ensañado con la entrepierna. Y eso que el hijo de puta ya ni respiraba.
—Y ahora —anuncié—, todos los grandes éxitos musicales navideños con... ¡Michael Buble!
Lo miré. Él sí había quedado shockeado. Los músicos, igual.
—Costumbres de este país —dije, muy sonriente.
Y eso los tranquilizó lo suficiente como para empezar a tocar “Christmas (Baby Please Come Home)”.
Como Mike no se decidía ni siquiera a moverse, me puse a cantar yo. Gracias a mi carisma, el público se copó, aplaudió, cantó conmigo. Y Mike sonrió y entró en confianza y nos pusimos a cantar de a dos.
Quise ver en qué estaba Magda, pero no la vi ni a ella y ni a Mr. Divine. De pronto pude distinguirla detrás del gentío, persiguiendo al gordo de mierda, que caminaba apenas y parecía herido. Los guardaespaldas iban detrás de ambos.
Mike me dijo que no me distrajera y nos reímos y seguimos cantando y pasando una navidad de puta madre.

Ah, por cierto, MERRY CHRISTMAS!!!!!! 
Pórtense mal y no permitan que ningún madafaka como ese gordo les saque la sonrisa =)



Para desearle Felices Fiestas a Lucky, pueden contactarlo por... 



viernes, 2 de septiembre de 2011

Influencias - Parte 2

En un post anterior se nombraron algunas de las influencias para componer a Lucky. Esta vez repasaremos dos más.

 

Tony Stark

El hombre detrás de Iron Man, el multimillonario dueño de Stark Industries, es puro carima, sex appel, actitud. La clase de persona con la que querés salir de fiesta.Y si encima está interpretado por Robert Downey Jr...


Jeffrey Dahmer

Alguien que lleva hombres a su casa para asesinarlos y devorarlos... Difícilmente sea incluido en la categoría de santo. Para saber más sobre él, cliqueen aquí.  




Muy pronto, más influencias.

sábado, 2 de julio de 2011

Stand by

Estimados lectores:
Me alegra saber que las andanzas de Lucky están gustando mucho. Es un personaje algo particular, jaja, pero la gente se engancha con él. Mi sensación de disfrute al escribir estas historias puede ser comparable a manejar un Fórmula 1 o a volar.
Como habrán visto, hace poco publiqué la primera parte de IndieFilmFest, un relato extenso y ambicioso, una nouvelle. Si bien prometí que la parte 2 se publicaría en breve, no será así. No hubo quejas ni ningún inconveniente (confieso que hubiera sido divertido que pasara eso). Es sólo que decidí terminar de escribir y subir todo más adelante.
Tampoco habrá más historias de Lucky hasta cerca de fin de año.
Pero a no preocuparse: este blog seguirá activo, de la misma manera que el blog personal de Lucky  y sus perfiles en Facebook y Twitter. ¡El personaje se niega a quedar totalmente en stand by!
Y estén atentos, que muy pronto tendrán novedades importantes. Algunas están relacionadas con otros proyectos personales (un libro sobre el director John Carpenter que pateará encías, lo juro), y otras son acerca de Lucky. Pero bueno, todo a su tiempo.

Que sigan bien, ¡y no dejen de visitar ni de recomendar este blog!

Desde ya, mil gracias.

Atentamente,

Matías



jueves, 19 de mayo de 2011

IndieFilmFest - Parte 1


Esta es una historia de ficción .Cualquier similitud con la realidad es mera coincidencia.
¡Posta!



… y la parte superior del trípode da en mi cara y quedo desorientado y recibo un golpe en el estómago y me doblo pero no quiero caer y siento un golpe en la espalda y otro y otro y logro enderezarme y tiro un manotazo para agarrar una de las patas del trípode y me golpean en el pecho y trastabillo y caigo de costado sobre algo afilado en el piso y cierro los ojos y me muerdo para contener el grito y me agarro el brazo y estoy todo empapado por el sudor y la sangre y lo escucho y abro los ojos y veo al hijo de puta acercarse con el trípode roto y lo levanta como si fuera un bate listo para hacer jonrón con mi cabeza…
¡Stop, stop! Así no empieza esta historia. Ni ahí. Hay bocha para contar. Sí, están por reventarme, pero les contaré todo.
Hagan de cuenta que esto es como los primeros minutos de Fight Club, por ejemplo.
Obviamente, empezaré por el principio: una semana y pico atrás, cuando…


1-Kat Dennings

… cuando estaba en el gimnasio, practicando kickboxing con una bolsa de arena. Prefería pelear contra gente, pero o temían perder o me dejaban ganar por lo bien que los garchaba. Quienes hacían lo segundo se quedaban mirándome dar piñas y patadas. Como Bugs y dos boludos más, en ese momento. Solían prendérseme peor que los abrojos. Que de fondo sonara “Higher Ground”, de los Red Hot Chili Peppers, debía ponerlos más al palo.
—Está sonando tu Sony Ericsson —escuché decir a Bugs.
Le pegué una última patada a la bolsa, lo miré.
Bugs sostenía mi celu. Con esas sonrisitas, él y las otras dos locas me provocaron náuseas.
—Estoy pensando en cambiar de gimnasio —dije, bien mala onda, y le arrebaté el Sony. Había un mensaje de mi amigo Matt, queriendo saber cuándo podría pasar por casa a buscar la edición en blu-ray de Scott Pilgrim Vs. The World. Mientras leía, los maricones no dejaban de admirar mis músculos y mi abdomen, transparente porque el sudor pegaba la remera al cuerpo.
 —¿Alguna cita? —dijo Bugs, ahora sin sonreír.
Cuando cogés con alguien estando borracho o drogado, a veces cuesta sacártelo de encima. Bugs no valía la pena ni para presentarle a mi Bowie.
Me di vuelta, llamé a Matt y le dije que tenía la copia encima (retirada de la Aduana unas horas antes) y que nos encontráramos en algún lugar en media hora.
 —¿Por dónde andás? —le pregunté.
—Sigo en la facu —dijo—, pero en un rato salgo y voy para Master Shopping, por el festival.
—¿Qué festival?
—El IndieFilmFest. ¿No viste la propaganda?
No, no la había visto, pero me sonaba para el culo. Salvo algunos casos, las películas independientes era un embole. Estar cerca de un festival así me producía asco.
Aunque peor sería si me quedaba con Bugs, sus mariconas amigas y el resto de los tipos y minas que fingían no mirarme mientras hacían fierros.
—Nos vemos ahí a las seis. Chau.
Corté y me dirigí al vestuario.
—Lucky… —dijo Bugs.
—I know: falta como una hora para completar la rutina, pero terminé acá, ¿okey? ¡Y ni se te ocurra seguirme a las duchas!

Llegué diez minutos tarde al Master Shopping. Matt —puntual a niveles ridículos— estaría dando vueltas por el hall de Hoyts, puteando, con ganas de golpear a quien se le cruzara (mentira: era más bueno que Lassie mutilado). En un mensaje que me había mandado hacía pocos minutos, quedamos en encontrarnos allí. Yo siempre llegaba tarde, a veces a propósito, para gozar viéndolo histérico, y a veces sin querer, y obvio que nunca le daba explicaciones.
Pero no estaba en el hall.
Como no sé quedarme quieto, fui al baño. Seguro le agarraron ganas de mear, pensé. Apenas entré, nadie a la vista. Las puertas de los box, abiertas… salvo las tres más lejanas. De la última podía ver dos pares de calzados, los jeans arrugados por lo caídos. Sabía que Matt no era uno de ellos porque: 1) ni a palos usaba Adidas de marca, y 2) sólo le gustaban las minas.
—Pueden seguir, chicos —dije, y me fui.
Caminando por el hall, quedaba claro que habría un IndieFilmFest: banners en las paredes y colgando del techo, clips cortitos en las pantallas LCD donde pasaban trailers… Hasta en el culo de los boleteros debía haber publicidad. No era nada inspirado el arte: letras blancas, cursivas, pegadas, sobre fondo celeste, y punto.
Si al diseñador le habían encargado un trabajo sobrio, no muy llamativo, se le fue la mano mal.
En lugar de afiches de los estrenos comerciales había posters de las películas que proyectarían en el festival. Algunos tenían onda, por el diseño y los colores y cosas así, pero la mayoría daba lástima: apenas fotogramas —imágenes de personas comunes y corrientes—, con el título y los créditos, y a veces sin fotogramas. Seguro reflejaban lo insoportablemente aburridas que serían esas pelis. Lo mismo que con el logo: menos diez de creatividad para venderte un carajo.
No sé si lo conté, pero puedo hablar con propiedad: soy cinéfilo y me comí garrones con boludeces en blanco y negro, casi sin diálogos ni personajes ni historia ni una mierda. Antes me quedo con pelotudeces como Transformers: por lo menos hay autos, Megan Fox y chongos deseables. Pero como diría Matt: “Lo ideal es cuando se juntan las ideas arriesgadas e intelectuales con el entretenimiento. Cuando eso pasa, surgen obras maestras: Casablanca, Citizen Kane, Jaws, The Dark Knight…”
Cerca de mí, un flaco de mi altura, casi tan rubio como yo, se quedó mirando el horrendo afiche de algo titulado Naturaleza.
—Una pedorrada estos posters —le dije—. Y todavía me quieren hacer creer que el cine independiente es una gloria.
El flaco me miró, serio, y se dio media vuelta.
—Sí, yo también quisiera matar a alguien —dije en voz baja. Saqué mi Sony Erickson y llamé a Matt. Me atendió la vocesita esa diciendo “El cliente tiene el celular apagado o fuera del área de cobertura”, blablablá, la concha de su madre.
Fui al patio central, dominado por la Mesa de Informes del IndieFilmFest. Pibes y chicas, luciendo camisetas del evento bajo un enorme cartel ubicado de manera vertical, atendían a quienes se acercaban. El 80% de quienes consultaban unos cuadernitos celestes debía tener entre 20 y 35 años, y seguro estudiaban cine, porque vestían como Matt y sus amigos: remeras con dibujos de Woody Allen y de Scorsese y de A Clockwork Orange, jeans raídos, camisas a cuadros, anteojos… El look grunge de los pendejos nunca me cerró, ni siquiera en los ’90, pero las minas estaban de diez. Ahí también tenía razón Matt: en el mundo del cine abundaba el buen material femenino. Las había clásicas, fashion, casual, darkies; de pelo largo, cortito, con trencitas; todas tenían estilo y belleza. Aunque tampoco era para volverse loco, por lo menos en mi caso. Les faltaba ese plus indispensable para querer encararlas.
De hecho, ni siquiera quería mezclarme con esos enfermitos de las pelis. Iban en parejas o en grupos que no paraban de hablar entre sí, y luego de agarrar lo que parecían grillas de programación, se sentaban en un amplio sector recreativo, con sillones blancos y carteles del festival, o en los bancos ubicados en los costados.
Escuché que una mina le decía a otra que si alguien filmara una peli sobre su vida, el director sería Jarmush. Una de las amigas dijo que, en su caso, sería Godard.
¡Qué predecibles! Si mi vida tuviera que ser filmada, elegiría a Danny Boyle o a Baz Luhrmann o a una mezcla de ambos. Esos tipos sabían hacer cine con toda la onda.
Sí, con Matt me alcanzaba y me sobraba en materia de cinéfilos incontrolables.
Matt, que seguía sin aparecer.
Tendría que haberle dicho de encontrarnos en mi casa, como habíamos hablado al principio. Y podría haber aprovechado el tiempo para seguir practicando con la bolsa de arena de mi gym privado, al ritmo de “Falling the Pieces” de Faith No More. ¡Cualquier cosa menos el fucking Bugs y estos nerds!
Saqué mi Blackberry y estuve por twittear: “Este lugar apesta y a Matt le voy a meter el blu-ray por el culo”, pero noté que casi todos estaban a full con sus Blackberry, como zombies, y me sentí tan patético que guardé al aparato.
—Peliculón.
Miré a mi derecha. El pendejo tendría dieciséis años y rulos colorados.
—¿What?
Scott Pilgrim.
Había visto el blu-ray que sostenía como un boludo. Para colmo, por los parlantes sonaba “Smile”, de Lily Allen.
—¿Qué escena te copó más?
La cereza del postre: un freak hinchapelotas.
—A mí me mata cuando Scott lucha contra el rubio —movía mucho las manos al hablar, cosa que me ponía nervioso—. Brandon Routh es un muerto. Pero toda la peli es sublime.
 En la remera del pibe se leía, sobre fondo negro, Filmatrón. ¿Sería una peli como Scott Pilgrim?
—Dudo que en este festival o lo que sea den algo tan grosso como esta peli, ¿y vos?
—Ni idea —dije, mirando a todos lados, intentando localizar a Matt y pensando que a veces era un imán para la gente extraña—. No pienso ver nada. Le doy esto a un ahora ex amigo y no vuelvo más por acá.
—¡Mejor! Este festival es una mentira. No sé si leíste o viste algo, pero no van a dar cine independiente posta. La mayoría de las pelis costaron más de un palo verde y actúan estrellas de Hollywood y las bancan Fox o Universal o productoras así. El verdadero cine independiente está hecho con dos pesos (con dos pesos del bolsillo de los que las filman) pero con toda la pasión. No están ni Brad Pitt ni Robert Pattinson, pero hay actores con más garra que hacen lo que esos pajeros nunca harían.
¡Matt y la puta que te parió!
—Ojo, no siempre fue así en el IndieFilmFest. Los directores anteriores le daban cabida a las pelis under de verdad, y sobre todo a las de género. Proyectaban cine de terror, ciencia-ficción, policiales, pelis divertidas, ¡y en la competencia! También se hacían retrospectivas de capos como George Romero, Darío Argento... Pero echaron a esos directores y el nuevo es un snob, un tilingo mal. Lo único que le importan son los “films” orientales, iraníes, las francesas que no cuentan nada… ¡Una mierda! Este año hacen retrospectivas de Win Wenders, del forro de Lars Von Trier... Y cree que con programar algo de Takashi Miike deja contentos a la gente de mi palo. Ni las funciones de Trasnoche quiero ver: van a dar las pelis chinas y coreanas menos buenas. Tengo la teoría de que al director nuevo y sus programadores piensan que por tener un ponja con un cuchillo en vez de un yanqui, la peli es más artística. ¡Puaj! Hay pelis y distribuidoras y festivales independientes independientes, como el Inusual, pero esto es un antro de caretas.
¿Me habrá visto cara de psicólogo?, pensé. Aunque debía admitir que no me estaba cayendo mal el pibe. Tenía actitud, hablaba bien. Yo compartía su modo de pensar, pese a que el cine de terror me era indiferente.
—Si odiás todo esto —le dije—, ¿por qué viniste? ¿Sos masoquista o algo así?
—¡Lucio! —le gritó uno de los pibes de la organización, junto a un equipo de filmación compuesto por una cámara de video vieja ubicada en un trípode—. No jodas a la gente y ponete a laburar.
—Ahí está la respuesta —dijo Lucio—. Mi primo trabaja acá. Un boludo. Y encima me trata como si fuera un bebito. Pero me deja filmar para el backstage. Mirá, es una poronga esa cámara, una antigüedad repesada, pero me la voy a robar para filmar mis propias cosas. Y además, quiero estar en el IndieFilmFest.
Reí y dije:
—Sí, sos un masoquista, man.
Él también rió y dijo:
—No, no, nada que ver. Lo que pasa es que… —bajó la voz—: … estoy saboteando todo. Ya empecé hace unos días, hackeando la página web y jodiendo los carteles pegados cerca del shopping. Tienen que cambiarlos a cada rato.
Recordé que, cuando estaba por ingresar al estacionamiento, vi dos propagandas del festival con la palabra “Indie” tachada con una X roja.
—Es mejor sabotearlo desde adentro. Nadie va a sospechar así.
—Suma que tengas cara de nene buenito —me hice sonar el cuello—. Mejor que sigas filmando. Good Luck.
Estaba por irme a la mierda (ni vidrieras quería ver ya), cuando la vi entrar por las compuertas de vidrio.
Era igual a Kat Dennigs. Una Kat Dennings de labios finos, más hermosa incluso. Se dirigía a la Mesa de Informes al tiempo que comenzaba a sonar la viola de Santana en “Smooth”.
Obviamente, fui tras ella.
En el camino, me tomé mi tiempo para verla detenerse junto a la mesa y hojear una grilla o lo que fueran esos cuadernitos celestes. Usaba botas de cuero negro y una remera naranja que le quedaba sorprendentemente bien. Si se topan con una mina le iba cualquier ropa o peinado o maquillaje, jamás la dejen ir. Casi todos le mundo allí debía pensar lo mismo: ni siquiera las chicas habían dejado de mirarla.
Me puse a su lado, apoyé el codo en la mesa y dije:
—Wow.
Me miró. Adoraba los ojos azules, sobre todo si se complementaban con una cara como aquella.
—¿”Wow” qué? —dijo, no muy deslumbrada.
—Ya están las grillas de programación —recién ahí, de tan cerca, pude notar que los cuadernitos era eso—. Qué rápido.
—Están desde el lunes.
—Yo llegué hace unas horas.
—No sonás extranjero.
—No, pero estuve de viaje y llegué a tiempo para el festival.
Sí, yo siempre tenía una respuesta a mano.
—Mirá vos —dijo, y volvió a consultar la grilla.
Ni mi aspecto físico ni mi encanto la habían impresionado. Hacía mil que no pasaba eso con nadie.
—Soy periodista —seguí inventando.
—Ajá —pasaba las páginas de la grilla.
—Del The New York Times.
Me miró otra vez, hizo una mueca similar a una sonrisa y dijo:
—No me jodas.
—Posta. Soy corresponsal.
—¿Y tu acreditación?
—¿Mi acreditación?
—Sí. Seguro debés estar acreditado.
—Ah, sí. Todavía no la pasé a buscar. ¿Vos sos periodista o algo así?
—No sé muy bien —cerró la grilla, la guardó en su cartera—. Escribo para una revista, pero no me acreditaron. Bah, los directores dijeron que me conseguirían una, pero no supe más.
Sonrió como quien oculta un fastidio, pero así y todo era una sonrisa que te cautivaba.
Sí, tenía mucho de Kat Dennings, sobre todo en Nick and Norah (por suerte, lo único que yo tenía de Michael Cera consistía en su foto del blu-ray). También había algo de Marion Cotillard, y me recordó incluso a Cris, mi primera novia, y —sobre todo por la actitud— a Claire, mi amiga francesa.
Debo tener un fetiche con las minas así.
—Yo te puedo conseguir una acreditación —dije.
—¿Vos? Si no nos conocemos.
—Nos estamos conociendo ahora —miré bien su remera: se veía una cara dibujada, de pelo y cejas blancos, y debajo, las palabras “Fire, Walk with Me”—. Por cierto, muy buena la remera.
Sonrió un poco más y dijo:
—¡Gracias! Amo a David Lynch, y el que hizo esta remera también es un genio.
—Sí, un grosso Lynch, aunque confieso que no lo adoro tanto.
En medio de tonelada de mentiras, conviene decir alguna verdad. Es parte de mi estrategia de seducción.
—Para mí es lo más —dijo ella-—. Sus pelis son magia pura. Tienen una lógica aparte, y las cosas y las personas nunca son lo que parecen ser.
—Totalmente. Ojo, algunas de sus pelis me caen bien, como Wild at Heart y…
Se nos acercó una gorda vestida de negro; casi un calco de Lauren, la de Glee. Saludó a la símil Kat y sin mirar a nadie (ni siquiera a mí) dijo:
—Te estuve esperando, nena. Cuánto jeropa por acá, eh.
—Como en todos lados, baby.
—¿Y, te consiguieron la acreditación los idiotas de tus jefes?
—No los vi todavía. Capaz que…
—Yo le voy a conseguir una acreditación —dije.
La gorda me miró y dijo, cortante.
—¿Y vos quién sos, nene?
—Un periodista importante, dice —intervino Kat—. Che, tomemos algo en Brioche Dorée y marquemos las pelis.
Perfect —dijo la gorda, y empezó a alejarse. Kat la siguió.
—En serio te consigo la acreditación, eh —le dije.
—Como quieras.
—¿Para qué revista escribís?
—Cinema Qualité.
¿What? Ese nombre es más maricón que Bugs y sus locas amigas.
—Cool —dije—. Ah, por cierto, yo soy Lucky, ¿y vos?
Kat me miró con esa sonrisa torcida de antes y dijo:
—Buena suerte.
La gorda también se dio vuelta para mirarme, como queriendo hacerme mierda con rayos láser invisibles, y, sin dejar de caminar, se puso a escribir en su Blackberry.
Me limité a sonreír.
Vi a Matt cruzando rápido el patio, hacia mí.
—¡Mil disculpas! —dijo, agitado—. Salí tarde y mi celular se quedó sin carga, por eso no pude lla...
—Todo bien, man.
—¡Gracias por la peli! ¿La viste? ¿Te gustó?
—Es para nerds como vos y casi todos los que están por acá —le di la peli, que él guardó en su bolso negro—. Voy a acreditarme para el festival.
—¡¿QUÉ?!
—Sí, voy a acreditarme. ¿Adónde tengo que ir para hacerlo?
—A las Oficinas de Prensa, pero…
—¿En dónde están?
—Arriba, en el entrepiso.
—Vayamos para allá.
—Bueno. De paso, aprovecharé para retirar m acreditación.
Seguimos hablando en el camino y cuando subíamos por las escaleras.
—Mirá que ya no hay tiempo para acreditarse —dijo Matt—. El tiempo para hacerlo venció hace dos semanas y el festival empieza mañana.
—Pero con hablar no perdemos nada.
—No entiendo. Si odiás el cine independiente y este festival, ¿Por qué de pronto te querés acreditar?
—Tengo mis motivos.
—¿Es por algo en especial? ¿O por alguien?
—Cuando querés sos muy observador, Matt.
—¿Un chongo?
—Una mina.
—¿Una mina? ¿Pero a vos no te gustan los tipos?
—A mí me gustan muchas cosas. Creí que lo sabías.
—Pero últimamente estabas más con hombres. ¿Qué pasó? ¿Tan buena está esa chica?
Llegamos arriba. Apenas subimos, dos mostradores vacíos, con monitores modernos. A los costados, pasillos con afiches en las paredes blancas y mesas con sillas altas y sillones. Casi oculto, un barcito también desierto. Por todos lados, el anticreativo logo del IndieFilmFest.
Seguí a Matt por el costado izquierdo, hasta llegar a la Sala de Prensa, una habitación repleta de notebooks que seguro serían usadas a partir del día siguiente.
Matt y yo esperamos junto al mostrador.
Sólo otras dos personas cerca de nosotros. El rubio, un clon de Aaron Eckhart, aunque sin presencia. El otro era alto, pelado y con cara de tonto. Siguiendo con el juego de los parecidos, podíamos encontrarle ciertos rasgos de Arnold Vosloo. Un garrón parecerse al villano de The Mummy.
Matt se detuvo antes de llegar hasta donde estaban ellos.
—Mis viejos amigos —dijo, irónico.
Aaron y Vosloo miraron hacia nosotros, pero enseguida se fijaron en los afiches.
—Qué raro, haciéndose los boludos.
Nunca había visto a Matt contener el enojo, porque jamás estaba enojado.
—¿Enemigos? —dije—. No sabía que alguien como vos podía tenerlos.
—No, nada que ver. No son nada. Sólo los directores de una revista para la que escribía. Gran revista, lástima esos dos…
Los miré bien. El calzado de uno era el mismo o parecido al de uno de los tipos que garchaban en el box del baño.
—¿Qué te hicieron, man?
—Para empezar, escribí como tres años ahí y nunca me pagaron.
—¿Y no te quejaste?
—Les mandé mails, los busqué, pero nada. Se hacían los distraídos.
Le palmée el hombro y dije:
—Sos un pelotudo, sabelo.
Una mujer de cuarenta y pico, muy elegante, porte de rectora exigente, salió de una puerta al fondo de la Sala de Prensa y pasó rápido junto a nosotros.
—Esa es Paula —dijo Matt, la Jefa de Prensa. Con ella tenés que hablar. Pero ojo que es media jodida.
Sería pan comido: pude notar cómo había desviado su mirada hacia mí.
—Nos vemos, colega —le dije, y fui tras la jefecita.

Como dirían en el mundo del cine, corte a esa misma noche, en el departamento de Paula. Más precisamente, en su dormitorio.
Había resultado insaciable: me la cogí tres veces por los lugares que se les ocurra, y quería más. Por lo menos, era un pedazo de mujer. ¿Y si la Jefa de Prensa resultaba ser una viejita o viejito? También tenía el speech preparado: “Tengo cáncer, me quedan unas semanas de vida y siempre fui cinéfilo. No quiero perderme este festival, balablabla”.
—¿Entonces ya estoy acreditado? —le dije, jugando distraídamente con uno de sus pezones.
—Claro, bombón —dijo, sonriente, la cabeza apoyada a centímetros de mi verga.
—Así me gusta, putita.
—Eso sí: nunca me dijiste tu nombre completo.
—Nunca lo revelo. Pero poné el que uso en Facebook: Lucas Albarn.
—Agendado. A los acreditados les damos dos entradas por día, pero yo te puedo conseguir más.
—¡Joya!
Detrás de Paula, entre las sábanas revueltas, apareció su asistente. Parecía una adolescente, pero sus documentos —y, sobre todo, su talento para el sexo oral a personas de todos los sexos—, debían indicar un poco más de años.
—Hablá conmigo sobre eso —dijo—. Yo manejo el tema de las entradas.
—Okey.
Se llevó una mano a la concha y agregó:
—Contá conmigo para todo lo que necesites.
—No me cabe ninguna duda —y le di unas palmadas en el culo.
—Y si querés entrevistar a alguien —dijo Paula—, te consigo al que quieras, incluso a Lars Von Trier.
—¿Lars Von Trier? —dijimos la asistente y yo al unísono.
En la otra punta de la cama, debajo de más sábanas revueltas, apareció el segundo asistente de Paula: un flaquito demasiado pasivo para mi gusto.
—¿Lars Von Trier? —repitió él también, acomodándose un mechón.
—Sip —Paula prendió un cigarrillo, le dio una pitada—. Lo de Gaspar Noé se cayó, pero me moví rápido y hace unas horas Von Trier me confirmó que llega mañana.
La asistente dijo que lo amaba. El pibe, todo lo contrario.
—Yo nunca vi nada del tipo —dije—. Ni siquiera Dancing in the Dark, pese a lo que adoro a Björk.
—¿Y lo de Álex de la Iglesia? —dijo la asistente—. Eso también se había pinchado.
Paula le pasó una mano por el pelo y dijo:
—También lo solucioné, pero hasta ahí: viene un director árabe que presenta un documental sobre no me acuerdo qué poronga de las montañas.
Sí, era poco común presenciar charlas de trabajo en medio de sexo duro.
—El qué si está confirmadísimo es Benjamín Biolay. Va a tocar el sábado.
Quiere ser el nuevo Gainsbourg y me debe plata, pero cae bien.
—Puede ser —dijo la asistente, también manoteando el cigarrillo—, pero a nosotras nos encanta.
—A mí también —dijo el chongo.
Paula añadió:
—Es posible que venga, pero a último último momento, un tipo más grosso que Biolay y que los demás boludos —se acarició una teta, sonrió y dijo—: Vincent Gallo.
Los asistentes saltaron y festejaron en la cama igual que dos nenitos durante Navidad.
—¿Mi amigo Vince? —dije, y le saqué el cigarrillo a la pendeja y di una pitada—. ¡Cool!
De verdad éramos amigos, pesé a que en aquel viaje a Paris me había quedado debiendo quinientos euros.
El IndieFilmFest no sería Cannes, pero evidentemente tenía lo suyo. Muchas películas, celebrities internacionales...
... y Kat, o como se llamara. No había dejado de pensar en ella ni cuando penetraba al pibe.
El rechazo (¿fingido?) de Kat había potenciado mi interés. No estaba acostumbrado a que hombres y mujeres se resistieran a mí. Siempre conseguía lo que quería, y de una, y eso termina siendo booooring.
De vez en cuando, los desafíos son indispensables, sobre todo para alguien tan inquieto como yo.
Será una fascinante aventura conquistar a Kat.
Si alguien se atrevía a interponerse... más interesante el juego.
Y, de paso, sabría lo que significaba cubrir un festival de cine. Bah, todos sabemos que no escribiré un carajo, pero estaba dispuesto a exprimirle el jugo.
—Quiero una acreditación más —dije.
—Te doy la cantidad que quieras. ¿Para quién es?
—Para una amiga.
—¿Es tan putito como nosotros?
—Todavía no lo comprobé. Mañana te paso bien los datos.
—¿Sabés una cosa? —me dijo el asistente—. Aunque apenas te vi dije que eras parecido a DiCaprio...
—... como me dice todo el mundo, bah.
—Pero te parecés más a Chris Hemsworth. A cara lavada, especialmente.
Lo miré mal y dije:
—Mataste mi libido.
—Dudo que alguien mate tu libido —y el tarado empezó a coger con la pendeja.
Paula se puso en cuatro y dijo, cual bebota:
—¿Retomamos, Lucky?
—¿La prensa de todos los festivales será como ustedes? —dije, apagué el cigarrillo en la mesa de luz y obvio que seguimos con esa especie de fiesta de bienvenida.


Continuará...


Para contactar a Lucky, vayan a...