viernes, 28 de enero de 2011

Marky Mark


Estaba en Relax (La disco gay de moda, según mi amiga Div), y estaba levantándome un chongo estilo caribeño, cuando me fijé en él.
Incluso desde esa distancia, a la luz de la barra donde seguro quería pedir un trago, con el campo visual muy tapado por las locas que iban y venían, noté que se parecía Mark Walhberg.
Le dije al caribeño que lo vería en un rato y fui tras Marky Mark. Obvio que debía ser mío.
A medida que me acercaba se volvía más hermoso, más atractivo. Se parecía al Mark Walhberg de esa peli donde acosaba a Reese Whiterspoon, sobre todo. Vestía ropa del mismo tono (camisa beige, pantalón marrón, zapatos seguramente marrones también). Según esos rasgos juveniles, no debía tener más de 25 años. Por cómo movía la cabeza al ritmo de Duran Duran —sonaba “Notorious”— y por la manera de hablarle al barman, no era amanerado como quienes bailaban y se chuponeaban y se tocaban a nuestro alrededor. No parecía puto, o no se comportaba como tal. ¿Sería bi, como yo? ¡Perfecto! Estoy un poco harto de las locas locas. Desde que también había empezado a mirar hombres que nadie me flasheaba así.
Se le arrimó un blondo ultracomible; le dijo algo al oído, le pasó una mano por uno de esos fornidos brazos. Pero Marky, sonriendo, respondió con una frase corta (que no pude escuchar por la música al palo, obvio), y el chongo se fue rápido, haciéndose el indiferente.
Difícil el pibe… pero “difícil” nunca significó un carajo para mí. Además, todavía me confunden con DiCaprio, sobre todo cuando viajo a Nueva York y Los Ángeles y en varios países de Europa. Sólo a los frígidos no les cabe DiCaprio. Y, pese a su actitud, Marky no parecía frígido. Ni ahí.
¿Y si andaba acompañado por su pareja o por amigos? Tampoco me importaba. Sabía cómo deshacerme de noviecitos y de las prototípicas pendejas gay friendly que la van de cool.
El barman le sirve un Sex on the beach.
Uno de mis tragos de cabecera. ¡Hasta en eso coincidíamos!
Lo tenía en bandeja de oro, condimentado, humeante.
Aunque jamás fui un enfermo de las redes sociales, se me antojó sacar mi celu y mandar a mi Twitter: “Marky Mark”. I know, antes de capturar y devorar a la cebra, el león no se cuelga con el Twitter, pero yo no soy un león.
No un león, pero sí fui un tarado: cuando levanté la mirada, un anteojudo entrometido le hablaba a mi Marky. Lady Gaga pensaba como yo: comenzó a sonar “Bad Romance”.
Bueno, ahora es cuando lo mandás a la concha de su hermana, Marky, pensé.
Pero Marky no sólo siguió escuchando al Otro: también se reía de los chistes o comentarios del fucking entrometido. ¡Y hasta le convido de su Sex on the beach! ¿Sería un amigo o pareja? No, nada de eso. Era evidente que acababan de conocerse.
Encima el Otro no era ningún Brad Pitt. Pelo castaño, camisa negra, jeans gastados, fucking anteojos. Por su contextura física debía practicar rugby. Siempre odié a los rugbiers. Había visto miles de esos tipos en discos gays de todo el mundo, pero ese tenía cero onda desde el vamos.
Mental note: si Marky no lo echa a la mierda, lo haré yo.
Alguien me tocó el culo. Miré atrás.
No recordaba el nombre de ese clon de Andy Bell de los ’80 que sonreía como un boludo, pero me acordaba de habérmelo comido por lo menos una noche. Una noche en la que yo había estado puesto mal, seguro.
—¡Bugs! —dijo a los gritos con una voz chillona.
—¿Eh?
—¡Por Bugs Bunny! Si vos me pusiste este apodo.
—Ahh, cierto. Mirá, estoy apurado. Nos vemos…
Pero Bugs me agarró del brazo y dijo:
—No me llamaste más.
Uff, estoy harto que escuchar siempre lo mismo: “No me llamaste más”.
—Ando a mil. Otro día te llamo.
—Pero dale. Mirá que sigo teniendo el mismo BlackBerry.
—Okey, te llamo.
—O escribime por Facebook.
También odio el “Aceptame como amigo en Facebook” o “Seguime por Twitter” o alguna mierda así. ¡Sí, en ese momento odiaba las redes sociales, GRRR! Ojalá mi Marky no fuera otro adicto a esas boludeces.
Pero volví a mirar hacia la barra y ya no estaba. Ni él ni el Otro.
What the fuck?
Apreté los dientes, cerré un puño, quise agarrar a Bugs y… Pero no perdí tiempo y me puse a buscar en las pistas, cerca de otras barras, en el sector de los sillones, en el VIP.
Ni señales de ambos, la concha de la lora.
Corrí a los baños, esperando sorprenderlos abotonados como animales. Vi garchar a varias parejas, pero no a ellos. Sin dejar de ser cogido por el blondo que había ido por Marky, el chongo caribeño que quise levantarme minutos atrás me invitó a la fiestita.
—Otra noche —dije, y salí.
Volví a buscar donde antes. Nada, sólo miles de locas haciéndole caso a David Bowie y su “Let’s Dance”.
Al final, mi Marky resultó más fácil que el 90% de las locas de Relax y de casi cualquier disco, la puta madre...
En esa situación, cualquier otro pensaría: “Ya fue. Vos te lo perdés”, y se pediría un trago en la barra más oculta y fumaría y saldría en busca de un nuevo tipo con quien pasarla bien un rato o seguro volvería al baño y aceptaría la invitación del blondo y del caribeño al que casi me había levantado.
Sí, cualquier otro se conformaría con poco.
Mi nombre no es Cualquier Otro. Si quiero algo, no me detengo hasta conseguirlo. Y más si ese algo se parece a Marky Mark. Sépanlo.
Salí de Relax. Desde la entrada miré a todos lados, pero ni los vi, pero supe que habían pasado hacía poco: tirado en la vereda, el vaso con restos de Sex on the beach formando un charco multicolor.
—¿Te dejaron afuera del trío? —me dijo, haciéndose el gracioso, uno de los patovas que vigilaban la puerta—. Fueron al callejón de acá atrás.
Fui hasta allá. Oí que el otro patova decía:
—Apurate, que ya debe haber empezado la fiestita.

Apenas doble la esquina los vi caminar junto hasta los autos estacionados más al fondo, donde casi no había luz y apenas se escuchaba la música de Relax (Bowie había dado paso a algo que sonaba como Pet Shop Boys). Controlé que no hubiera ningún trapito del orto y seguí a la pareja feliz, escondiéndome entre vehículos de las marcas importadas que se les ocurran. Obviamente, evité tocarlos para no activar posibles alarmas.
El Otro le puso una mano en la cintura a Marky, quien hizo lo mismo y se dejó abrazar y chuponear.
Me contuve de darle un puñetazo a la ventanilla del Rover en el que me ocultaba.
—Acá mismo —le decía Marky al Otro, mirando a su alrededor, amagando con desabrocharse el pantalón.
—Me leíste la mente —le respondía el imbécil con una vocesita de mierda, haciéndose el simpático.
—¿Y si nos descubren?
—Más interesante todavía, ¿no?
—Es obvio que jugamos para el mismo equipo.
—Para el equipo de los ganadores.
Y se chuponearon de nuevo.
¡Son dos pelotudos a cuerda!
Marky comenzó a desabrocharle los botones del jean y dijo:
—Me lo imagino largo, como de dieciocho.
El Otro sonrió y respondió:
—No lo vas a poder creer.
Marky se bajó los pantalones, dejando ver un culo firme y blanco —lo único blanco en ese apestoso callejón—, y se puso en cuatro, las manos cerca de dos cosas oscuras y feas que no podían ser otra cosa que soretes.
—Cuando gustes.
Pero el Otro ni siquiera se desabrochó los jeans. Y casi al mismo tiempo que en Relax sonaba “Two Tribes”, de Frankie Goes to Hollywood, sacó una navaja que brilló como en las películas, se ubicó detrás de mi Marky, listo para degollarlo…
Salté de mi escondite, corrí hasta ambos, agarré al Otro del brazo, quise sacarle la navaja, el idiota pudo liberarse y quiso apuñalarme, lo esquive una, dos, cinco veces, le saqué el puñal de una patada de karate, cuando quise patearlo de nuevo me agarró y me tiró contra la pared, y choqué contra algo filoso y contuve el grito y el Otro me agarró de la garganta con las dos manos para ahorcarme mierda que tenía fuerza pero casi sin aire conseguí darle un puñetazo en el estómago y cuando se dobló lo empujé y se le cayeron los anteojos y tosí y respiré hondo y vi que el puto de mierda gateaba hasta la navaja pero llegué y se la patee y ahí me mordió la pierna y me dio una piña en las bolas y grité y me tiró al piso y me dio una piña y otra y otra y le clavé las uñas en los ojos hasta hacerlo chillar y me lo saqué de encima y pude levantarme rápido y lo pateé en la cabeza y en la espalda lo pateé lo pateé lo recontrapateé hasta que el hijo de puta dejó de moverse y sangraba como el fucking Porky después de la golpiza de su vida y pude haberlo matado ahí mismo...
Quedé agotado. La camisa se me pegaba al cuerpo por la transpiración y sangraba por una herida en el labio. Y ya se formarían algunos hematomas. Menos mal que nunca dejé de ir al gimnasio ni de practicar karate, pensé.
A mi izquierda, Marky acurrucado encima de la mierda, la expresión de quien contiene un grito. Parecía el extraterrestre del aquel cuadro famoso. ¿El grito, se llamaba?
—Listo —dije con tono tranquilizador—. Ya no te va a molestar.
Le extendí mi mano.
—Ven conmigo si quieres vivir —dije, citando la frase de Terminator, y le guiñé el ojo.
Marky sonrió un poco, tomó mi mano, lo ayudé a levantarse… y lo desmayé de un cabezazo en la frente. Al caer se golpeó contra la pared y le quedó una herida sangrante en la sien.
Miré alrededor. No debí dejar la 4x4 tan lejos.

Marky, mi Marky, quedó tan noqueado que recién se despertó en mi casa, cuando le pinché la ingle con la punta de my best friend Dundee.
—Hermoso, ¿no? —dije, mostrándole la impresionante hoja del cuchillo—. Es el mismo que usaba Crocodile Dundee. Otro día te cuento cómo lo robé —giré la cabeza para mirar al Otro—. A vos también, man.
Ninguno de los dos respondió. Bah, no podían hablar con las mordazas que les había puesto. Tampoco podían hacer señas, ya que los había amarrado con cables gruesos, pero igual forcejeaban como si creyeran posible liberarse. Ah, antes de atarlos los había desnudado y puesto boca abajo sobre manteles de plástico. Obvio que estaban cagados de miedo.
Me acerqué de un salto hasta el Otro, le pinché uno de los glúteos con Dundee y le dije:
—Nunca te pregunté tu nombre.
Le saqué la mordaza para que pueda decir:
—S-Sergio.
S-Sergio —extendí una mano hasta sus jeans, saqué la billetera, revisé los documentos—. Sip, no me estás mintiendo. La mayoría se inventa cualquier nombre o apodo o algo así. Me tocó de todo: desde Bart Simpson hasta Superman. Ojo, está bueno que así sea, pero cansaun toque —me reí al recordar a algunos de esas chicos y chicas—. Igual, cada uno terminó ya sabés cómo, je.
Marky lloraba con fuerza.
—Don’t worry —le dije—, no te voy a preguntar el nombre a vos. Para mí sos Marky Mark, ¿okey? —Volví a concentrarme en S-Sergio—: Mirá, Sergito, por lo que noté, sólo ibas a degollarlo a mi Marky. ¡Y yo que pensaba que la gente poco imaginativa se la pasa quejándose por las redes sociales o haciendo Stand Up o pajeándose viendo porno o pajeándose en general, bah! —lo agarré de los pelos y seguí pinchándole la nalga hasta hacerlo sangrar—. Yo te voy a enseñar cómo se hace.
Lo solté, pero antes de ir con Marky, agarré los restos de anteojos y le dije:
 —No sé por qué los traje, si ocupan espacio —volví a ponerle la mordaza—. Pero sé dónde ponerlos.
Fui detrás de Sergito, le abrí esas angostas nalgas de rugbier hasta que el ojete quedó bien a la vista y empecé a introducirle los anteojos. Obviamente, el boludito chilló, pataleó, agitó mucho la cabeza.
 —Te falta girarla 360º, como Linda Blair —le dije, riéndome, y seguí metiéndole los anteojos por el culo. No paré hasta metérselo entero. Ni un rastro de montura asomaba por el ano de ese pelotudito.
—Por lo menos —le di una palpada en el glúteo derecho—, el ojo del culo va a ver nítido.
Fui hasta la Mac, al programa de música, y al toque empezó a sonar “Good Vibrations”, de Marky Mark & the Funky Bunch.
—La verdad —le dije a mi Marky, arrimándome junto a él—, no es un tema que me vuelva loco. Quedó joya el cover que hicieron en Glee. ¡No me digas que no ves Glee!
Marky apretaba la cara contra el plástico y lloraba chorreando mocos.
—Si no ves Glee o no te cave, es porque tenés un gusto de mierda. Y porque no tenés oído. Entonces para qué carajo tenés fucking orejas.
Y le escarbé los tímpanos con Dundee. Se agitó como si estuviera poseído por todos los demonios del Infierno.
—Así está mejor, ¿no? Ah, okey, cierto que no podés oírme.
Me colgué viendo cómo hilos de sangre le empapaban la cara. Pasé el índice y me lo llevé a los labios. ¡Ñam!
—Okey, no da para meterse con tu baby face, sorry —lo puse boca arriba, acerqué la punta de Dundee a su pija (si a esa cosita arrugada se le podía llamar así), y la pinché.
Mi Marky tembló, quiso gritar pese a la mordaza, casi se le salen los ojos de tanto que los abrió.
—Imagino que bien erecta debe verse y sentirse mejor.
Y lo pinché de nuevo.
Más temblores y llanto. Las lágrimas se le mezclaban con la sangre. Pasé la lengua por la mezcla. ¡Ñam ñam!
—Voy lento, i know, y vos sos de los que siempre quiere ir más rápido. Ya me di cuenta en el callejón. Bueno, te voy a dar el gusto.
Me fijé en sus pezones, el mayor atractivo de un pecho lampiño y un torso no tan trabajado como imaginaba. Los lamí, pero eso nunca era suficiente, así que, en medio de los forcejeos y gritos contenidos de Marky, los mordí fuerte hasta arrancárselos y, no pudiendo con mi genio, los mastiqué igual que si fueran chicles.
—Ni el verdadero Mark Walhberg debe estar tan delicioso —dije con la boca llena. Miré a Sergito—. ¿Querés un poco, man? —y le escupí los pezones en la cara—. Media pila, Sergito.
Me aburrí de la música. Apagué la Mac, agarré el control remoto del Aiwa y puse The Smiths.
—Bien ahí, eh, Marky —le dije, mirándole el culo, cuando empezaba a sonar “This Charming Man”—. Firme y gordo. I like —le mostré lo empinada que tenía la verga—. No lo voy a desaprovechar.
Me puse detrás de él, abrí las nalgas, escupí dentro y lo penetré, lo penetré varias veces, lo penetré como si fuera el Marky Mark posta...
Aunque no resultó nada del otro mundo. Se hipernotaba que habían pasado miles de pijas por ahí. Marky chillaba y pataleaba como si algún príncipe valiente gay pudiera venir a rescatarlo, okey, pero seguía siendo monótona la cosa.
—Okey, hagámoslo más interesante.
Saqué mi pene y lo reemplace por un cuchillo de hoja en forma de serrucho. 
—Me juego a que nunca tuviste uno así adentro.

Como notarán, el sexo convencional nunca me cautivó. Por eso siempre buscaba algo más... Más.
—Oh, yeah.
Mi Marky no opinó: estaba demasiado ocupado retorciéndose y sangrando y llorando igual que una nena. Hilos de vómito se escurrían por la mordaza.
Le dije a Sergito:
—Esto a Ted Bundy o a Patrick Bateman nunca les le hubiera ocurrido... O no le hubiera puesto tanta onda.
Pero el idiota seguía quejándose por lo que estaba presenciando y seguro también por la nueva ubicación que le había dado a sus anteojos. Era como un patético gusano lechoso, con rollos de grasa colgando, que quería reptar inútilmente hasta la puerta.
Dejé el cuchillo en el culo de Marky, empuñé a my best friend Bodhi (mi Kukri favorito) y fui tras el pelotudo.
—Te muestro algo más creativo y más copado que simplemente cortarle la yugular a alguien, y te querés escapar. Así no va, eh. Sos más amargo que Patrick Bateman.
Dejé a Bodhi en el plástico, me arrodillé junto a Sergito, liberé uno de sus brazos... 
—¡Un tipo o...
... y me agarró de la muñeca, apretando fuerte, como para triturarla, y me tiró sobre el plástico. Vi que giraba y empuñaba desesperado a Bodhi y se volvía hacia mí, boca arriba, y agitaba el arma. Esquivé un ataque y me levanté y él no paró de agitar a mi amado Kukri.
—Como cantaba...
Le tiré con uno de los parlantes del Aiwa, directo a la cabeza, pero lo esquivó con un rápido movimiento del brazo.
—... Como cantaba Tina...
Le tiré con otro parlante, pero también lo desvió.
—... Tina Turner...
Aburrido, saqué el hacha de detrás del placard, la levanté y le di en las piernas. Sergiro se retorció del dolor y soltó a Bodhi.
—... "We Don't Need Another Hero".
Recuperé a Bodhi y volví a agacharme junto al fucking Mel Gibson.
—Estaba diciendo que un tipo o una mina más inteligente daría lo que fuera por aprender algo de mí! Hasta una parte del cuerpo, darían —le extendí el brazo y, de un solo golpe con Bodhi, se lo corté—. ¿Algo para agregar?
Le quité la mordaza y lo puse boca arriba, pero el idiota apenas boqueó como un pescado mutilado y sangrante.
—Todos los rugbiers se hacen los bad guys, pero son unos cachorritos.
Y Bodhi me ayudó a decapitarlo. Más líquido rojo, más movimientos epilépticos... hasta muriendo aburría ese loser.
Me levanté de un salto y volví con mi Marky, quien al menos le ponía onda al resistirse un toque más.
—Cuando veníamos para acá —le dije—, me acordé de que Leonardo DiCaprio y Mark Walhberg son amigos en la vida real —le saqué el cuchillo del culo—. Incluso trabajaron juntos en The Basketball Diaries, una de drogas y todo eso —le pasé la hoja por las nalgas enrojecidas—. De hecho, DiCaprio iba a actuar en Boogie Nights, pero prefirió hundirse en el Titanic, que lo convirtió en una estrella, obvio. Pero recomendó a Mark para Boogie Nights. Qué importante, ¿no? —me reí—. Dale, que todavía es temprano, y ya no está ese cortamambo de Sergito.
Subí el volumen de The Smiths y me dediqué a pasarla joya con mi Marky.
Le corté el pene, los testículos, los glúteos, se los hice tragar, los vomitó, lo obligué a chupar sus propias asquerosidades, incluyendo la diarrea que brotó de la carne palpitante donde solía haber un culo...
Y así seguimos hasta que me aburrí. Me dieron ganas de tirarme en el sommier nuevo y ver otra vez Point Break en Blu Ray.
Levanté a Marky (si esa cosa pálida y mutilada y en carne viva entraba en la categoría de ser humano) y lo dejé en la bañera. No tardaría en desangrarse del todo.
—Ah, nunca me presenté. Soy Lucky. Sí, yo soy de los que usan apodos, jeje. Espero que te hayas divertido tanto como yo. ¡Y eso que lo de hoy no fue nada, eh!





¿Querés contarle al mismísimo Lucky qué te pareció el cuento? Contactalo por...

I Love Lucky

I Love Lucky es una nueva creación de Matías Orta (La Cosa, A Sala Llena).
Atractivo. Moderno. Inteligente. Astuto. Rápido. Obsesivo. Irresistible. Son sólo algunos de los calificativos que se aplican a Lucky. Un playboy contemporáneo, que oculta un hobby no del todo convencional. ¿Qué clase de hobby? Para averiguarlo, deberán leer sus andanzas, narradas en cuentos que se irán publicando en este blog. 
Y el primero se titula“Marky Mark”.